La lluvia no supuso impedimento para que los visitantes conocieran los antiguos trabajos de la molienda de la oliva en unas instalaciones con siglos de antigüedad.Los participantes de la tercera ruta temática organizada por Turismo visitan la Almazara de La Aparecida
El frío y la lluvia no fue impedimento alguno ayer para descubrir las instalaciones de la Almazara de La Aparecida, el segundo enclave de las rutas temáticas que ha organizado la Concejalía de Turismo para dar a conocer elementos singulares del municipio.
A primera hora de la mañana y desde la puerta del Tourist Info de la Plaza Marqués de Rafal el primero de los grupos de inscritos cogió rumbo hacia la pedanía oriolana, ubicada en la huerta, para conocer los trabajos que se hacían antaño en lo que ahora es más un museo etnográfico que un molino de aceite. Bien pertrechados con chubasqueros, cortafríos y paraguas, dos grupos de veinticinco personas no se amilanaron ante la adversa climatología y enfilaron las riberas del Segura para llegar a esta partida rural que acoge a su entrada una almazara que se remonta al siglo XVIII, cuando en la zona tan solo la agricultura era el modo de subsistir.
El grupo tuvo la oportunidad de conocerla de mano de José María López, su propietario actual tras conservar su familia desde hace varias generaciones las instalaciones. López también se encargó de hacer más liviano el trayecto desde el centro de la ciudad por senderos de huerta, veredas y caminos, ya que preparó naranjas y mandarinas para los caminantes, que pudieron degustar tras pelarlas a la antigua usanza, con navajas hechas de caña de río afiladas, con la que obsequió a los que después conocieron las instalaciones de la propiedad familiar.
Tras un paseo por huertos, parcelas plantadas de patatas y otras hortalizas de la huerta los visitantes llegaron a la almazara y pudieron reponer fuerzas antes de atender las explicaciones de López, encantado de recibir a turistas de Orihuela, aunque ya antes había contado en octubre con un grupo de noruegos llegados desde Alfaz del Pi para conocerla.
Poco a poco fue desapareciendo de las mesas el pan casero regado con aceite prensado en la Almazara del Tío José María, jamón o tacos de morcón acompañados de chatos de vino de barril, ya que había que entrar en calor antes de acceder a las diversas dependencias y ver cómo se elaboraba el aceite de oliva virgen en tiempos de sus bisabuelos.
El acceso a las instalaciones estuvo precedido de las explicaciones de una de las guías de la Oficina de Turismo, quien reseñó la importancia del olivo en el Mediterráneo y la actividad que generó en las partidas rurales de Orihuela ya que, como después abundó López, desde zonas tan distantes como La Matanza o La Murada llegaban agricultores con sus reatas de mulas o burros para prensar la aceituna y conseguir el oro líquido.
Así los presentes, casi en su totalidad vecinos de la capital de la Vega Baja, atendían tanto las explicaciones de José María López como sus demostraciones con los diversos utensilios que se conservan en la almazara familiar, que los recibió con un ambiente de penumbra.
Conocieron entre algunas de las costumbres que se ha llevado el paso del tiempo la fórmula para pagar a los molineros, la maquila, un tanto por ciento del aceite extraído que se quedaba la almazara como pago en especie y también cuáles son las mejores variedades para prensar, las aceitunas entreveradas, mitad maduras mitad verdes, que le dan al aceite el punto de acidez adecuado.
Acaso el momento más esperado fue ver cómo era la sala donde se volcaban los capachos de esparto con la recolección de este cultivo de secano y que eran la medida tradicional para saber la producción, con veinte kilos de capacidad cada uno y prensados por veintenas para sacar unos cuantos litros de un líquido oleoso sin depurar. Tras la sala de volcado pasaron los visitantes a ver las enormes prensas que trituraban la aceituna, a base de la fuerza humana sobre torniquetes de gruesas vigas de madera centenaria o enormes muelas de piedra que estrujaban el fruto hasta extraer el alpechín.
También despertaron curiosidad los diversos útiles de la almazara, los aperos tradicionales, los candiles de hierro que alumbraban a los hombres al incendiar una mecha de algodón impregnada, claro está, en aceite; o los herrajes que usaban los animales de carga. Otra de las dependencias que visitaron era donde al abrigo de una gran chimenea se hacía la matanza del cerdo. Incluso un niño pudo manejar uno de los ingeniosos instrumentos para pelar mazorcas a fuerza de brazos y separar con facilidad el grano del suro, para después usar éste como tapones en las garrafas del aceite, lo que despertó la admiración de los presentes ante el ingenio desplegado por hombres curtidos en las tareas del campo.
Por último, como colofón a la visita, pudieron comprar botellas del aceite de esta almazara para degustar en sus casas un sabor con reminiscencias al pasado agrícola de Orihuela.