El oleoturismo comienza a abrirse camino en provincias olivareras como Jaén, a semejanza de lo que ocurre en el mundo del vino.
El sol de noviembre sonroja a Lise Margarithe Fahre Fon, que se afana cogiendo aceitunas a mano junto a José y José Luis. Ellos son aceituneros andaluces, jornaleros de toda la vida. Ella es noruega. Una viajera que busca el alma del aceite. Están en el cortijo Virgen de los Milagros, al pie de Sierra Mágina, en Jaén, en el corazón de un bosque de sesenta millones de olivos. En esa finca la empresa Monva produce algunos de los mejores aceites del mundo, premiados en Pekín o Nueva York, una finca que, desde este año, está abierta al turismo. Los tajos de los aceituneros y las almazaras comienzan a abrirse a los visitantes. En Jaén, donde ya se recoge una cosecha de la que saldrá casi la cuarta parte del aceite de oliva de todo el mundo, es, sin embargo, algo nuevo, de hace apenas un par de años. «El oleoturismo debe ser una vía de ingresos a medio plazo. Tenemos el ejemplo del enoturismo en La Rioja. Empezó poco a poco y ahora es toda una industria. Ese es el ejemplo a seguir», asegura Luis Montávez Vañó, de familia de aceiteros. Los jornaleros José y José Luis -las manos romas y encallecidas, la cara curtida- no pueden evitar una sonrisa maliciosa. «Ahora pagan por venir a coger aceituna, lo que hay que ver», bromean.
«Oil is trending, es tendencia», asegura la noruega Lise Margarithe, con la cara encendida por el sol y el esfuerzo. Aparta de su rostro un mechón rubio intenso, algo exótico en una cuadrilla de aceituneros. El idilio de Lise con el aceite comenzó hace cinco años. Fue en un restaurante de Suecia. Le enamoró el sabor de un plato, un toque misterioso para un paladar noruego. Le pidió al maître el secreto. Aceite de oliva. Pidió probarlo. «Fue una explosión, una sensación que me impactó. Me enamoró», explica.
El camino desde aquel flechazo en Suecia hasta el cortijo Virgen de los Milagros recorre miles de kilómetros. Lise Margarithe viaja por España, Grecia e Italia junto a Siri Jarnfeldt, ilustradora, y John Lerskan, fotógrafo. Juntos acaban de publicar el primer libro en noruego sobre la cultura del aceite. «Hay magia y poesía en el aceite y el olivar. No es solo el sabor. Es la cultura. El pasear entre árboles centenarios, el saber que han estado con nosotros durante milenios, tener conciencia de que es un árbol sagrado, que nos alimenta y que nos da salud, que lo podemos usar hasta para hacer cosméticos», explica Lise Margarithe. John también ve la poesía al fotografiar olivos. «El color, la forma, las luces en el campo... Es una belleza. El único árbol plateado del mundo», resume. Ellos son la avanzadilla, los iniciados. Pero tienen claro que detrás de ellos vendrán más. «El aceite es 'fashion' en Europa y en los países escandinavos. Buena parte de la población se preocupa por tener una alimentación saludable, y el aceite de oliva es clave. Hay ya una decena de tiendas especializadas en Oslo. La cultura del aceite interesa, y habrá turistas dispuestos a conocer esto», indican entusiasmados.
Almazaras, nuevos tiempos
A menos de treinta kilómetros del cortijo Virgen de los Milagros, en Begíjar, Fátima y Nuria visitan la almazara San Francisco. «Hemos venido a una fábrica de aceite igual que en una zona de vino vamos a una bodega», aseguran. Manuel Jiménez, uno de los hermanos propietarios, las inicia en sus secretos. Hoy toca explicar en castellano, porque las turistas son de Ávila. Pero la visita también se hace en inglés y francés. Es la primera almazara que se abrió al turismo en Jaén. Esta será su tercera campaña. Empiezan a ver negocio. «El primer año tuvimos unos 450 visitantes. El segundo llegamos a los 1.600. Y este año ya superamos los 2.000 y aún nos queda toda la campaña», asegura José, el otro hermano que dirige el negocio. A sus proveedores habituales se han sumado ahora hoteles, touroperadores, oficinas de turismo y todo un universo hasta ahora ajeno al olivar.
En la almazara San Francisco se puede ver claramente cómo ha cambiado el negocio del aceite en los últimos años. Más que en veinte siglos. Aún se puede visitar la vieja fábrica de fundición, con capazos, donde extraían el aceite por presión. Ahora la aceituna molida se centrifuga. Las fábricas son de acero inoxidable, certificadas con normas de calidad. Y los olivareros jienenses, que han vendido toda la vida a granel, envasan sus propias marcas. La familia Jiménez ya está vendiendo el primer aceite de este año, con aceitunas verdes de sabor intensísimo. Y enseñan cómo lo hacen y cómo disfrutarlo. En las almazaras turísticas se consiguen a buen precio aceites exclusivos, producciones difíciles de encontrar fuera de los restringidos circuitos gourmet.
«Para quienes venimos del norte, de zonas donde no hay olivos, es muy interesante ver cómo se produce el aceite. Se sabe que es un producto de calidad, pero la visita nos ha sorprendido al ver con qué cuidado lo fabrican», dicen las turistas abulenses. Tras enseñarles la almazara se les ofrece una cata, donde muestran a los visitantes cómo desentrañar los secretos del oro líquido, cómo a través del olfato un buen aceite transporta a campos de hierba verde recién cortada, a sabores antiguos de tomate o alcachofa, a sensaciones que están incrustadas en el ADN del Mediterráneo. Hay ya más de una docena de almazaras que ofrecen visitas guiadas, reciben grupos, llevan a la gente al campo para que por la mañana cojan aceitunas y, por la tarde, vean cómo sale el aceite de esos mismos frutos. Combinan la visita con degustaciones gastronómicas o spas especializados en tratamientos con aceite... «El primer día que llegó un autobús con turistas chinos la gente del pueblo (sus 2.500 habitantes viven casi en exclusiva del olivo) se vino a la puerta de la fábrica a verlos, como si fuera un espectáculo. En este pueblo nunca se habían visto turistas», bromean los Jiménez.
Las tres visitantes abulenses dan una idea del perfil del turista del aceite: de unos cuarenta años, una es médica y dos, informáticas, interesadas en temas de salud y en turismo cultural. «Pero llega gente de todos los perfiles y de todos los rincones de España. Gente que viene a Jaén expresamente a ver la almazara», dice José Jiménez. En el libro de visitas hay firmas de todas las provincias. Muchos vascos, asturianos, castellanos, levantinos... Pero también de Australia, Singapur, China, México, Bélgica, Francia...
«Hace un año solo se encontraban en internet ofertas de turismo y aceite en el sur de Francia, Italia y algo en Cataluña. Este año hemos empezado a ver oferta en Jaén. Y no hay otro paisaje de olivar como éste en todo el mundo», dicen Lise Margarithe, Siri y John, los tres noruegos que recorren la provincia. El oleoturismo despega en Cataluña, en Extremadura, en Toledo, en Córdoba. Pero en ningún lugar ha habido una eclosión similar a ésta.
Dormir en el mar de olivos
La Diputación jienense ha hecho bandera de la idea en eventos como el World Travel Market de Londres, celebrado este otoño. Y ha creado un producto turístico: el ÓleoTour. «Un viaje a la esencia de la cultura del aceite de oliva», dice la información del proyecto. Una esencia que se conoce viendo y comiendo en almazaras, pero también sumergiéndose en spas que ofrecen masajes manuales o con piedras volcánicas que se deslizan sobre el cuerpo untado de aceite de oliva, un producto que hidrata, nutre y cicatriza. O durmiendo en cortijos que son islas en el mar de olivos, recorriendo museos ....
Entre las empresas acreditadas en el proyecto ÓleoTour figuran cuatro spas, cinco alojamientos singulares -en su mayor parte, cortijos-, tres oleotecas (tiendas especializadas en el aceite de oliva), cinco empresas de cosméticos, ocho firmas de servicios turísticos, quince almazaras visitables, 24 restaurantes, cuatro sociedades de cata, tres museos y centros de interpretación y cuatro cortijos acondicionados para eventos sociales. «Queremos ofrecer una apasionante aventura en la que invitar a nuestros visitantes a conocer cómo se produce el aceite, a distinguir sus sabores y sus posibilidades culinarias, a disfrutar de un paisaje único y a descubrir sus beneficios para la salud y la belleza», explica Francisco Reyes, presidente de la Diputación, quien asegura que este tipo de turismo «nos puede dar una nueva cosecha distinta a la tradicional». Una cosecha de viajeros que buscan el alma del aceite.