- Europa Nostra ha concedido una mención especial a la restauración.
- La familia Maestre ha conservado la hacienda de olivar más de tres siglos.
- La arquitecto María Cruz Aguilar ha dirigido los trabajos de rehabilitación.
- Se han recuperado también motivos ornamentales y bienes muebles originales.
Las haciendas de olivar fueron las grandes olvidadas del patrimonio agroindustrial andaluz. Frente a la preponderancia del cortijo hasta el punto de que dio nombre genérico a las construcciones levantadas para atender los campos andaluces, las haciendas de olivar quedaron relegadas a un segundo plano como las hermanas menores.
La mención especial del premio Europa Nostra concedido a la restauración y recuperación de la hacienda Los Molinos de Maestre, a doce kilómetros de Sevilla dominando una heredad de 96 hectáreas de olivar, viene a paliar cierta injusticia cometida con estas edificaciones de porte señorial y elevado interés etnográfico.
El jurado ha otorgado una mención especial en la categoría de Conservación "por la restauración cuidadosa y progresiva que ha realizado su propietaria de esta hacienda de olivar, construida entre los siglos XIV y XVII, y ejemplo de conservación de un monumento que ha permanecido desde su fundación en manos privadas".
La distinción ha recaído en la arquitecta María Cruz Aguilar, especialista en el estudio de estos inmuebles del agro andaluz a las que consagró su tesis doctoral y no pocas publicaciones e intervenciones arquitectónicas en varias de ellas. Entre 2002 y 2009 ha dirigido los trabajos en un edificio paradigmático del uso que tuvieron estos molinos de aceite.
La restauración, en este caso, no se ha limitado a la consolidación y rehabilitación de elementos arquitectónicos sino que ha abarcado el meritorio ajuar de bienes muebles, portajes y ornamentaciones gracias a la labor de una de sus propietarias, Almudena Maestre Domecq.
Así, las obras han permitido devolver la vida a esgrafiados, modelados y pinturas al fresco ocultos la mayoría de las veces por sucesivos encalados para evitar la propagación de la peste que menguó dramáticamente la población de Sevilla en 1648.
El mérito de la intervención que ahora premia la asociación Europa Nostra para el Legado Cultural reside también en que se ha costeado con fondos privados. La decisión de la familia de trasladarse a vivir al patio del señorío propició una labor restauradora cuyos frutos se ven en la actualidad.
La hacienda lleva en manos de la misma familia casi cuatro siglos, cuando Diego Maestre Aernoust, un comerciante de apellido Meester en su Brujas natal, se estableció en Sevilla al calor de la carrera de Indias. Levantó el edificio, de 3.000 metros cuadrados, agregando diversas construcciones en torno a la Mochuela, una torre vigía árabe que daba nombre original a la finca: Torremochuela.
La rehabilitación ha tenido que afrontar el carácter singular de la construcción, considerada casi como arquetipo de las haciendas de olivar construidas en los alrededores de Sevilla para satisfacer las necesidades de aceite de la metrópoli americana.
La labor de la arquitecta María Cruz Aguilar ha primado la fidelidad a la tipología original. Las tejas perdidas se han reemplazado con otras procedentes de derribo, al igual que los ladrillos de taco usados para corregir humedades en la planta baja. También se han conservado los forjados de madera o sustituido cuando no hay más remedio.
La restauración no hubiera estado completa sin una minuciosa y esforzada recuperación de la carpintería de madera, así como de los esgrafiados, molduras y ornamentos de las dos torres, la portada barroca dedicada a la Virgen de la Asunción de 1724, y el interior de la almazara. Almudena Maestre se encargó de estos elementos.
Sólo la diminuta capilla y la gañanía siguen a la espera de rehabilitación. En la actualidad, la hacienda ya plenamente recuperada sirve de domicilio a la familia de la propietaria y sus patios y salones se alquilan para la celebración de bodas y banquetes con los que mantener en uso el espléndido edificio.